– ¿Hablan español?, escuchamos que una voz femenina y dulce nos preguntaba desde atrás. Nos dimos vuelta y le respondimos: Sí
– ¿Españoles?
– No, argentinos.
Y los ojos de Boruscha se abrieron como cuando los chicos disfrutan de la magia. Es que Boruscha está acostumbrada a la visita de muchos españoles en su ciudad natal marroquí: Essaouira. Con su pelo teñido de una especie de rojo, su velo amarillo y su vestimenta tradicional inició una conversación que duraría casi cuatro horas.
Al principio, debo confesar, no queríamos saber nada con ella. Es que en Marruecos, al igual que en otros países del mundo, muchos viven de acercarse de esta manera a los viajeros. Todo comienza con una sonrisa, una conversación agradable y termina en el ofrecimiento de un hotel, una excursión o en la invitación a pasar por un comercio de alfombras o especias. Pero esta vez fue distinto. O, mejor dicho, creo que terminó de manera diferente a lo que hubiera querido Boruscha.