Cuando escribimos Viajar sin diccionario (pueden releerla en este link, no se la pierdan!) nos olvidamos de nombrar a un aliado muy utilizado en los últimos años. Uno que nunca nos hubíeramos imaginado. Uno que no es muy cómodo utilizar en la calle, mientras caminás, pero que en otras situaciones te puede «salvar». Bueno, pensándolo bien, con los teléfonos modernos, si podés… Con ustedes, señoras y señores…
«Google translator o el traductor de Google».
Así como las imágenes dicen más que mil palabras, creo que las anécdotas dicen más que las extensas explicaciones. Aquí va nuestra explicación-anécdota…
Agosto 2010. San Petersburgo. Rusia. El bus que nos llevaba desde Tallin, en Estonia, hasta San Petersburgo, en Rusia, nos dejó en el medio de la ciudad. No sabíamos exactamente dónde, pero estábamos seguros de que habíamos llegado a la ciudad porque el tránsito y el ruido ambiente eran muy notorios. Bajamos, nos alegramos al ver la estación central del metro cerca (porque era a la que teníamos que ir) y confirmamos lo de la gran ciudad al querer ingresar al metro y sentir que las personas estaban muy apuradas, que iban y venían sin rumbo ni direccion y que sino te sostenías firme, con los pies sobre la tierra, te daban vuelta como un trompo con mochila y todo.
Logramos ver en la pared el mapa de la red del metro. Estaba todo en cirílico, pero Jeffrey, nuestro couch, nos había dado las indicaciones con los colores de las líneas y la cantidad de estaciones. Así que decidimos arriesgarnos y nos metimos en la cueva del metro. Increíblemente logramos llegar a destino, hasta con combinación de tren y todo. Recuerdo que una de las cosas que más nos sorprendió del metro fue la profundidad de las escaleras mecánicas. Pueden leer ese post en este link.
Después de dar algunas vueltas bajo el sol y el calor cada vez más intenso, encontramos la dirección qe buscábamos. Era un edificio cuadrado, no muy alto, viejo, con una entrada principal que a través de un pasillo oscuro desembocaba en un patio y éste, a su vez, en otro pasillo y en otro patio. Alrededor del patio había puertas, varias puertas, todas estaban oxidadas y le impregnaban al lugar un mayor aspecto de deterioro. Teníamos que buscar el número 59. Mirábamos con detenimiento las puertas, pero no veíamos nungún 59 por ninguna parte.
Hasta que nos acercamos un poco a la puerta que más nos llamaba la atención y ahí estaban todos los números, incluido el 5 y el 9. Ahora venía la parte de tocar timbre. Comenzamos a tocar los distintos números formando el 59, el 95, el 59 con el numeral, etcétera, etcétera, hasta que salió un chico. El chico no se parecía en nada a Jeffrey, porque Jeffrey es colombiano, de tez un poco más oscura que los rusos en general y habla español, mientras que el que nos recibió es rubio, alto y no entiende una palabra de español ni de inglés. Nosotros no sabíamos qué hacer, no sabíamos si estábamos en la casa correcta, en el momento apropiado.
Decidimos entrar. Subimos por unas escaleras oxidadas y angostas hasta una puerta e ingresamos al departamento. Nos quedamos esperando en la sala de estar-cocina, sentaditos en un sillón que luego, durante cinco noches, sería nuestra cama. El chico que nos había recibido desapareció por un buen tiempo, sólo escuchábamos la televisión de fondo. Despúés de varios minutos, se acerca a nosotros con la notebook en la mano y nos muestra la pantalla. Allí podíamos ver que el traductor de google nos decía:
«Perdones, no hablo su lengua extranjera. Jeffrey está en camino. Té, café?»
Estábamos en el lugar correcto!
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